Mundo NOVA
Dudas en el accionar del padrón

Cuba aprobó el nuevo Código de las Familias

El voto nulo, junto al blanco, representaron menos del 6 por ciento del total de votos.

Por Alejandro Langape, corresponsal de NOVA en Cuba

Tal y como se preveía, la opción del “sí”, que recibiera todo el apoyo gubernamental, se impuso en el referéndum del Código de las Familias, que tuvo lugar este domingo en Cuba.

Este lunes, al informar los resultados de la consulta popular, la presidenta del Consejo Electoral Nacional, Alina Balseiro Gutiérrez informaba que el padrón electoral estuvo conformado por 8.447.467 electores convocados a las urnas en Cuba y también en colegios electorales, instalados en las sedes diplomáticas de varias naciones.

De este número hicieron efectivo su derecho (siempre de modo presencial, ya que en Cuba no se admite el voto por correo) 6.251.786 cubanos, lo que representa un 74,1 por ciento de los electores registrados y un abstencionismo de 25,99 por ciento, el más alto que se recuerde en cualesquiera de los procesos de votación popular desarrollados en Cuba, después del triunfo de la Revolución en 1959.

Esto es algo que tanto Balseiro Gutiérrez como otras figuras del gobierno cubano y los medios de difusión locales atribuyeron a las afectaciones climáticas en algunas zonas del país, que dificultarían la asistencia a los colegios electorales, aunque el presidente Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez reconocía que la crisis económica que atraviesa el país podría haber motivado que muchos cubanos no participaran en la consulta, como gesto de castigo a la incapacidad de las autoridades gubernamentales.

Y es que ya muchos anunciábamos que cabía esperar una menor participación en esta consulta popular, como muestra de la creciente inconformidad con la realidad cubana actual y más allá de las opiniones a favor o en contra de la nueva ley.

5.892.705 boletas depositadas en las urnas fueron consideradas válidas, para un 94,25 por ciento del total del voto, lo que arroja un porcentaje de voto en blanco o nulo del 5,75 por ciento, muy inferior al del referéndum constitucional del 2019 y que indica que la gran mayoría de los cubanos que decidió ejercer su derecho al voto, fue consciente de la utilidad del mismo, decantándose por una u otra opción.

Por el sí se depositaron 3.936.790 boletas, que representan el 66,87 por ciento de los votos válidos y el 46,6 por ciento del padrón electoral, mientras que el “no” recibió 1.950.090 votos, que representan el 33,13 por ciento del voto válido y el 23,08 por ciento de los electores registrados.

Aunque este resultado se daba a conocer como preliminar al no concluir el escrutinio en algunas circunscripciones de tres provincias, Balseiro Gutiérrez validaba como irreversible el triunfo de la opción positiva, que implica la entrada en vigor del nuevo Código de las Familias, tras su ratificación con las firmas del presidente de la República Díaz-Canel y del presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento cubano) Esteban Lazo Hernández, hecho que ocurrió este lunes y su publicación este martes, en La Gaceta Oficial de la República.

Tras el baile de números conviene detenernos en lo que estas cifras nos dicen de la realidad cubana actual y urge empezar por referirnos en primer lugar a la organización del referéndum.

Como ya comentaba en un anterior trabajo, desde el CEN se anunciaba que todo estaba listo en los colegios electorales y que la “prueba dinámica”, desarrollada el fin de semana anterior, había permitido pulir todos los detalles, en aras de garantizar la calidad del proceso.

Aún así, la realidad demostró que la preparación de esta cita con las urnas no resultó tan sobre ruedas como el CEN anunciara. Registros electorales desactualizados, en los que incluso aparecieron los nombres de personas fallecidas y/o emigradas a otros países, y en cambio faltaron los de electores que en anteriores procesos habían ejercido en esos mismos colegios su derecho al voto y un ordenamiento caótico de los votantes (ni por orden alfabético según los apellidos, ni por lugar de residencia) dificultaron el trabajo de los integrantes de las mesas electorales.

Se pudo conocer de cerca estas y otras desagradables experiencias de electores, que desistieron de votar ante su ausencia en las listas o que no dejaron su firma en el registro electoral. El propio hecho de que Balseiro Gutiérrez admitiera la inscripción en los registros de los colegios electorales de más de 700 mil electores, que originalmente no estaban en ellos (y que probablemente aparecieran en otras circunscripciones), algo más del 8 por ciento del padrón electoral, una cifra muy superior a la que pudiera haberse estimado previamente.

Como también se preveía, otras irregularidades afectaron a los votantes, especialmente la falta de privacidad que garantizara el derecho a que se ejerciera un voto secreto y es que las imágenes de pequeñas cabinas con cortinas protectoras de la privacidad del elector, que pudieron verse en los colegios donde acudieron a votar el presidente Díaz-Canel y su esposa, o el expresidente Raúl Castro Ruz, no fueron ni mucho menos la tónica en la mayoría de las circunscripciones.

En tanto, en algunos colegios y en franca violación de lo dispuesto, el escrutinio no fue público y se desarrolló a puertas cerradas, dejando dudas razonables sobre su imparcialidad.

Pero más allá de las irregularidades en el proceso de votación, se pudo constatar que muchos cubanos, especialmente aquellos que apostaban por el “no”, estaban convencidos de que su voto podía ser cambiado, y es que durante todo el día en los medios de difusión masiva cubanos solo aparecieron reflejados los puntos de vista de aquellos electores que ejercían.

De esta manera, llamaban a ejercer el voto positivo, transmitiendo la impresión de que los cubanos que habían escogido la opción del “no” constituían una minoría tan despreciable que ni siquiera merecía el derecho a manifestar sus objeciones en el espacio público.

Esta percepción de que, pese a existir dos opciones, sólo podía esperarse el triunfo de una de ellas, se hizo evidente cuando en la noche del domingo, en programa especial transmitido en cadena por varios canales de la televisión pública antes de que se dieran a conocer los resultados del referéndum, un periodista preguntaba a su invitado, profesor de Derecho de la Universidad de La Habana, qué ocurriría de triunfar el “no”.

Súbitamente, el propio periodista cortó la respuesta que comenzaba a esbozar el profesor y pasó a otros temas que ponderaran la superioridad del Código de las Familias sobre el anterior.

En definitiva, pese a los cuestionamientos, a que más de la mitad de los cubanos con derecho al voto no lo hicieran a favor de esta ley (la consulta vinculante solo requería el apoyo del 50 por ciento más uno del voto válido para la ratificación), el nuevo Código de las Familias es una realidad y pronto entrará en vigor con la posibilidad de cambiar las vidas de miles de cubanos.

Así, establece cambios en las relaciones entre padres e hijos, aportando conceptos novedosos como la ideología de género, la gestación solidaria, el matrimonio igualitario, insistiendo en sancionar la violencia contra la mujer, protegiendo los derechos de niños y ancianos.

Sí, será un código moderno, inclusivo, si se quiere una apuesta futurista y a tono en muchos aspectos con las legislaciones al respecto más avanzadas, pero, pese a sus muchas luces y artículos que probablemente recibirían el beneplácito de personas de cualquier país, estrato social o sesgo ideológico, la aplicación práctica de parte del articulado propuesto parece cuestionable.

¿Qué pasaría, por ejemplo, con las relaciones entre una mujer (en lugar de su nombre real utilizaremos el de Laura) y su padre, que la abandonó desde pequeña sin preocuparse jamás por sus necesidades básicas y mucho menos por establecer con ella cualquier tipo de relación afectiva?

¿Sería moralmente aceptable que este señor, ya anciano, apele a su derecho a exigir alimentos a Laura a tenor del artículo 27, inciso d del Código de las Familias? ¿Le parecería a usted justo que ella estuviera obligada a dárselos? Allí está la ley y algún lector, tirando de latinajos dirá que “dura lex sed lex”.

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