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¿Cómo era la sexualidad en la Antigüedad?

Vigorizantes, prevención y prácticas condenadas por la moral occidental

Para fortalecer e incrementar la erección, por ejemplo, se recomendaba untar el pene con una mezcla de miel y pimienta pulverizada.

La preocupación de mejorar el rendimiento sexual masculino se extiende hasta los orígenes de la humanidad. Los antiguos griegos, por ejemplo, recurrían a recetas naturales y ungüentos que por entonces se consideraban muy efectivos.

Para fortalecer e incrementar la erección, por ejemplo, se recomendaba untar el pene con una mezcla de miel y pimienta pulverizada. Para desatar un ardiente deseo sexual, en tanto, la receta más popular consistía en quemar la cola de un ciervo para luego añadirle vino y amasarla en forma de pasta, con la que luego se masajeaba el órgano sexual masculino.

La expansión de Alejandro Magno sobre el Antiguo Oriente (Siglo IV ac) no sólo permitió incrementar enormemente territorios y riquezas, sino también nutrirse de muchísimos aportes culturales de civilizaciones ancestrales. La síntesis cultural entre oriente y el mundo griego permitió fundar la cultura helenística.

En términos de rendimiento sexual, uno de los aportes más valorados de esta expansión fue la utilización de una planta procedente de la India a la que se le atribuía la capacidad de provocar formidables erecciones con sólo frotarla sobre los genitales. Los testimonios más mesurados afirman que se podía alcanzar el éxtasis sexual dos veces seguidas sin mayor esfuerzo, aunque no faltan las exageraciones, ya que otras fuentes aseveran haber llegado al clímax 70 veces sin interrupción.

Tal como puede advertirse, no todos los documentos históricos resultan igualmente confiables. Con un adicional que desalentará a los lectores: la mágica planta parece haber desaparecido de la faz de la tierra, ya que no se la volvería a mencionar en las fuentes posteriores.

Muchas prácticas sexuales de los antiguos nos sorprenderían, ya que muchas de ellas son consideradas actualmente como perversiones y están sujetas a graves condenas legales y morales. Entre las más frecuentes encontramos lo que actualmente llamaríamos incesto, pedofilia y zoofilia.

Lo que hoy denominamos zoofilia, en la Antigüedad recibía el nombre de bestialidad. En el caso de los griegos no eran bien vistas las relaciones sexuales con animales, pero tampoco lo eran las relaciones con mujeres que no tuvieran como finalidad la procreación. Las relaciones con mujeres y con animales implicaban, de algún modo, formas de sexualidad instintiva, no racional, con “inferiores”, según eran considerados por la cultura griega clásica.

La bestialidad o zoofilia estaba naturalizada por la religión, ya que en la mitología griega era frecuente la vinculación entre humanos y animales, que engendraba criaturas mixtas tales como, por ejemplo, el Centauro. También se le atribuían dotes sexuales extraordinarias a otras criaturas como el Minotauro. Las alusiones a la sexualidad en términos de bestialidad o zoofilia eran frecuentes dentro del universo cultural griego.

Sin embargo, la forma más perfecta y creativa de la sexualidad, para los helenos, era la homosexualidad, que se consideraba como una relación entre pares. La homosexualidad era calificada como una vinculación no sólo carnal sino también espiritual, y se recomendaba su práctica entre dos hombres con marcada diferencia de edad (uno adulto y otro menor o adolescente), como parte del proceso formativo de los jóvenes. La relación tutor-discípulo se extendía, de este modo, a prácticas que hoy escandalizarían a nuestra sociedad.

Para los griegos, de todos modos, había formas de zoofilia o bestialidad que eran aceptadas socialmente, como, por ejemplo, entre un pastor que debía pasar largo tiempo fuera del contacto humano y algún animal de su rebaño. Pero esto sólo en la medida en que se tratara un único animal al que se le asignaba un nombre y, por lo tanto, se lo “nominaba”. Es decir, se le atribuía una especie de “alma”, de la que carecía el resto. Por el contrario, se condenaba a aquellos pastores que desarrollaban prácticas sexuales con el rebaño en general.

En el caso de los antiguos romanos, en cambio, la bestialidad implicaba una forma de diversión, ya que desarrollaban espectáculos públicos y privados en los que esclavos eran violados por animales especialmente amaestrados para ese fin. La bestialidad era también una forma de castigo que se aplicaba frente a la comisión de ciertas ofensas, habitualmente de carácter sexual –violaciones, adulterio, etc.- o moral.

Lo que hoy denominamos pedofilia era una práctica aceptada y habitual entre los antiguos griegos. Lo que hoy sería considerado como abuso sexual era por entonces concebido como una forma de educación e iniciación sexual de los jóvenes que tenían a su cuidado.

Si bien los romanos condenaban el sexo con niños y niñas libres, no existía protección similar para los niños nacidos de esclavos o vendidos como tales, ya que el sometimiento sexual de los esclavos era reconocido como una atribución de los amos o de los sujetos libres. Habitualmente el Pater Familiae o Patriarca gozaba de derechos sexuales y de iniciación sexual sobre los integrantes de su tribu, así como de vida o muerte de los miembros de su comunidad.

Tampoco el incesto –sexualidad entre padres e hijos o parientes con lazos directos de consanguineidad directa-, era condenado por egipcios, griegos ni romanos. Por el contrario, se lo consideraba como una manera de mantener el poder y la pureza de sangre dentro de las familias acomodadas. Muy similar a lo que sucedìa en otras culturas antiguas, tal como, por ejemplo, el caso de los Incas americanos.

Así como comencé este artículo hablando sobre la preocupación por incrementar el vigor sexual masculino, culminaré el mismo refiriéndome a otra gran preocupación contemporánea: `las estrategias para evitar la concepción. Si bien en la antigüedad no existían los anticonceptivos, si, en cambio, se habían desarrollado otros métodos para evitar la fecundación.

El más frecuente, naturalmente, era la eyaculación fuera de la vagina, aunque esta práctica no resultaba demasiado confiable. Uno de los métodos más difundidos, cuya efectividad tenía reconocimiento social, fue aportado por los antiguos egipcios, y consistía en una especie de pasta compuesta por excremento de cocodrilo, miel y sal, a la que se atribuían propiedades espermicidas. Griegos y romanos, por su parte, recurrían a la resina de la planta de silfio, que se mezclaba con lana para componer una especie de esfera que debía introducirse en la vagina luego del acto sexual.

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